¿De dónde provienen el universo y la vida?
Aunque los budistas no creen en la existencia de un dios creador, la existencia del universo no puede ponerse en duda, ni se puede negar la existencia de la vida. Según el budismo, los elementos más básicos que componen el universo están vacíos de naturaleza propia y los elementos que componen la vida también están desprovistos de naturaleza propia. Esta falta de una naturaleza propia distinta, que se llama “vacuidad”, es la única verdad invariable del universo. Esa verdad invariable supone que la vacuidad no tiene comienzo ni fin: la vacuidad es el estado real en el que el universo y la vida siempre han existido.

Los budistas creen que todos los fenómenos, incluidos los cambios del universo y el ciclo del nacimiento y de la muerte, son consecuencia del karma (acciones intencionales) de los seres sintientes. La energía kármica se refiere a la fuerza causal producida por la conducta de los seres sintientes, sea buena o mala, que continuamente impregna o “tiñe” el campo de la conciencia (shitian), que es el elemento primario de la vida. La energía kármica espera en el campo de la conciencia para que las condiciones externas adecuadas la inciten a germinar y crecer. Este proceso es parecido a sembrar semillas en la tierra: las semillas esperan el incentivo del sol, del aire y del agua para germinar y crecer. En el budismo, a este proceso se le llama “activación de la energía kármica”. La realización de acciones kármicas es lo que causa la activación de la energía kármica, mientras esta es a su vez fruto del karma. Este principio se describe en el adagio: “Hacer algo bueno o malo siempre tiene consecuencias”.

El karma puede realizarse individualmente o ejecutarse colectivamente por un grupo de personas. Algún karma, aunque realizado individualmente, puede coincidir con el karma de otras personas. Y algún otro, aunque realizado colectivamente, puede variar en grado entre los miembros del grupo. Así pues, el karma puede entenderse en dos categorías generales: karma colectivo o compartido y karma individual o no compartido.

El karma colectivo hace que los seres reciban la misma recompensa kármica. Por ejemplo, la tierra nace de las energías kármicas de incontables seres pasados, presentes y futuros de nuestro mundo. A lo largo del universo existen infinitos mundos, cada uno de los cuales está formado de acuerdo con el distinto karma colectivo de diferentes grupos de seres. Así que, si resulta que de verdad hay seres humanos en Marte, los marcianos no adoptarían necesariamente la misma forma física que los seres humanos que viven en la Tierra. Incluso las estrellas y los planetas en los que no hay vida son consecuencia kármica de los seres sintientes, ya que estos cuerpos celestiales son el decorado de fondo de la escena en la que viven los seres sintientes. En resumen, todas y cada una de las cosas del universo existen por alguna razón. Por ejemplo, es imposible que haya vida en el sol. Pero sin él, no podría continuar la vida en la Tierra. Aunque hay muchas cosas cuya razón de existir no puede probarse científicamente, los budistas creen que son el fruto de la energía kármica de los seres sintientes, que es la razón por la que existen.

En cuanto a la aparición de la vida en la Tierra por primera vez, los budistas creen que todos los seres vivos, desde los organismos monocelulares hasta los seres humanos, emergieron por primera vez en este planeta por nacimiento espontáneo.

Después de que la Tierra se formara, lo seres del sexto cielo en el reino de la forma, el Cielo de Luz y Sonido, volaron a la Tierra y se convirtieron en los primeros seres humanos. Pero en la Tierra adquirieron malas costumbres, anhelando ciertos alimentos naturales y sintiendo apego por ellos. Este tipo de alimentos los hicieron tan pesados que ya no podían volar, de manera que se asentaron aquí. En realidad, esto era solo la consecuencia de su karma: una vez hubieron agotado las recompensas kármicas de su estancia en los cielos, tuvieron que descender a la Tierra para recibir el castigo por sus acciones anteriores. Del mismo modo, debido a que la Tierra fue generada por el karma colectivo de los seres sintientes, es inevitable que estos seres experimenten el resultado kármico de la vida en la Tierra. Cuando se disipen las energías kármicas que nos llevaron a vivir en la Tierra, otro karma nuevo podría hacer que vivamos en otros mundos.

El karma no compartido hace que los seres sintientes de la misma Tierra tomen formas con estatus distintos, desde los insectos hasta los seres humanos. Entre los seres humanos, algunos nacen pobres, otros ricos; algunos son inteligentes, otros tontos: difieren entre sí de incontables maneras.

De hecho, desde una perspectiva amplia, el karma compartido puede ser en sí mismo un tipo de karma no compartido. Por ejemplo, los seres sintientes de otros mundos no comparten el karma compartido por todos los seres sintientes de la Tierra. Del mismo modo, el karma no compartido puede ser en sí mismo ser un karma compartido. Por ejemplo, nacer como un africano con la piel negra o un asiático con la piel amarilla es el resultado de un karma diferente; sin embargo, ambos comparten el karma de ser seres humanos en la Tierra. Aplicando el mismo razonamiento por analogía, podemos ver que las personas dentro de un país difieren entre sí de incontables maneras y que incluso los hermanos tienen personalidades diferentes, consiguen distintos logros y sienten de forma diferente las experiencias de la vida.

En esta entrada se describe cómo ve el budismo la existencia y el origen de nuestro universo y de nuestra vida.