viernes, 29 de marzo de 2011
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La Razón por la que Soy un Monje Chan
La esencia del Chan
Conferencia impartida por el maestro Sheng Yen el 16 de mayo de 1992 en el Centro del Tíbet.

Algunos de ustedes están curiosos por saber cómo me convertí en un monje Chan. No estoy exactamente seguro de qué les gustaría saber. En realidad, todavía no he escrito una autobiografía, pero puedo narrar algunos de los eventos que me llevaron a donde estoy ahora.

La provincia donde yo vivía en China era una vez próspera, pero sufrió un descenso lento. En el momento en que nací, la región estaba empobrecida. La tierra era fértil y el arroz y trigo podían crecer fácilmente, pero las condiciones eran tales que la comida escaseaba. Lo que más recuerdo era comer patatas dulces. No eran de la calidad a la que estamos acostumbrados aquí. Las cortábamos en rodajas y las poníamos a secar bajo el sol. El maíz, también fue algo que yo recuerdo comiendo frecuentemente. Era de la misma calidad a la que normalmente se alimentaba a los cerdos.

Fui el menor de ocho hermanos. Cuando nací, mi madre ya tenía 48 años de edad. No tenía leche para darme de mamar y en aquel entonces la leche de vaca era rara en China. Incluso las perras no eran capaces de producir leche para alimentar a sus cachorros. Los animales eran todos escuálidos. Las personas, igualmente, eran mal nutridas. No hasta que tuve seis años que aprendí a caminar y no hasta que tenía nueve años que pude hablar con facilidad. Luego, comencé la escuela. Completé el cuarto grado a los 13 años de edad. Asistía a la escuela y también ayudaba a mi padre en su trabajo. Fue por ese momento en que un maestro local estaba buscando dos monjes novatos para que vivan en su templo. Tenía un dilema en cuanto a cómo encontrar sus jóvenes novatos. Rezaba al Buda por orientación y le fue indicado que debería buscar al sur del Río Yangtze. El monasterio estaba al norte del río, de manera que el maestro cruzó al otro lado donde yo vivía.

Un laico que viajaba por los alrededores, tomó refugio con nosotros durante una tormenta de lluvia. Dio la casualidad de que él era un amigo de este maestro, quien le había dicho que se fijara con especial atención en aquellos niños que podrían ser adecuados para ser monjes.

Cuando él me vio, preguntó a mi madre si estaba dispuesta a que yo dejara la casa. Ella contestó, “Si él quiere hacerse monje, esto es su decisión. Nuestra familia es muy pobre. Tengo miedo de que si se queda con nosotros, no tendrá suficiente dinero para encontrar una esposa.” Ella añadió que yo había terminado el cuarto grado, y que no pensaba que pudieran seguir costeando mis estudios.
El laico se volvió a mí y dijo: “¿te gustaría hacerte monje, jovencito?” No tenía la menor idea de lo que era un monje o qué hacía un monje. Pero de alguna manera la idea me atrajo y dije: “Sí, me gustaría.” El laico escribió mi nombre y fecha de nacimiento en un libro y lo entregó al maestro.

Pronto me había olvidado de este incidente, pero alrededor de seis meses después, el laico apareció nuevamente y dijo a mi madre: “Voy a llevar a tu hijo conmigo ahora. Voy a llevarlo al norte del río para hacerse un monje.”
Durante aquellos últimos meses, el maestro del lado norte del río había tomado la fecha de mi nacimiento y la colocó ante el Bodhisattva Avalokitesvara y suplicó a la imagen para que revelara si yo sería adecuado para ser monje. Preguntó tres veces; tres veces la respuesta fue “sí.” Cuando el laico vino a llevarme al monasterio, yo no tenía una fuerte sensación de ir o no ir. Sin embargo, estaba preparado para irme. Esto le pilló desprevenido a mi madre. “Espera un momento,” ella dijo, “Pensaba que estabas bromeando acerca de hacerte monje.” Pero al día siguiente me fui con él al monasterio.

Cuando llegué a la montaña del otro lado del río donde estaba situado el templo, parecía que toda la montaña hubiese sido cedida para dar lugar a los edificios del monasterio. En la Sala del Buda principal, me preguntaba quién era esa persona tan grande, esa estatua de la que pronto me enteré era del Buda que se sienta tan serenamente. ¿Cómo una persona podía ser tan grande?

El tamaño de la Sala del Buda principal me impresionó. Era tan grande que se necesitarían al menos 20 casas del tamaño de la casa en que yo crecí para llenarla. Para mirar a la estatua de Buda tenías que inclinar toda tu cabeza hacia atrás. Yo pensaba: “el Buda es realmente diferente de los seres sensibles ordinarios.” Justo después de que llegara, vi a otro muchacho quien ya era un monje. Su cabeza había sido afeitada, pero de forma diferente, no del estilo normal budista, sino más bien como la de un monje cristiano medieval con la coronilla de la cabeza afeitada y mechones de pelo a los lados. Yo pensaba que eso parecía gracioso, pero me gustó de todos modos. Pregunté a mi maestro si yo podría llevar el mismo estilo de pelo. Yo siempre esperaba que mi cabeza fuera afeitada así, pero eso nunca sucedió. Mi maestro pensaba que yo era demasiado alto, y que me vería ridículo con ese estilo.

Mi maestro comenzó a presentarme a los demás monjes. Había tantos monjes que yo casi no podría recordar sus nombres. La jerarquía monástica era ordenada de manera que cada monje tenía un discípulo bajo él hasta que había siete “generaciones.” Al iniciado más reciente le sería introducido el monje superior como “Tu maestro,” y al superior del ese maestro como “Tu gran maestro,” y así sucesivamente. Me parecía bastante pesado memorizar esta genealogía. El maestro había estado esperando dos monjes. Yo había llegado, pero mi homólogo estaba retrasado. Esto me hizo enojar. Después de todo, este chico debería ser mi maestro, y yo estaba ansioso por empezar el entrenamiento.

Tres meses después, finalmente llegó. Le pregunté: “¿Por qué te tomaste tanto tiempo? Llegas muy tarde.” Él contestó: “¿Por qué llegas tan temprano?”

Quizás él era un año mayor que yo. En aquel entonces yo tenía 13 años. Dio la casualidad de que mi maestro, éste de 14 años de edad, tenía un hermano mayor de 17 años quien había muerto. Por supuesto, las madres chinas desean tener nietos, de manera que su madre le pidió que volviera a casa, se casara con la viuda de su hermano, y tuviera hijos. Cuando dejó el monasterio, mi gran maestro se convirtió en mi maestro inmediato. Me dijo: “Yo siempre pensé que tú deberías ser mi discípulo directo.”

¿Como era en ese entonces el entrenamiento de un monje joven en China? Yo tenía dos maestros. Uno me enseñaba la recitación del Sutra y los salmos; el otro era responsable de enseñarme los temas no budistas. ¿Qué me enseñaba mi maestro? Cómo reparar y lavar la ropa, plantar los vegetales y cocinarlos. Un monje joven tenía que depender de sí mismo para casi todas las cosas.

Cuando tenía 16 años, fui del campo a una sucursal de mi templo en la ciudad de Shanghai. Esto había sido una experiencia diferente. En Shanghai, los monjes tenían que ganarse la vida a través de realizar la recitación de sutra y salmodia para los funerales de las personas laicas. Los laicos nos contrataban para ayudar a sus seres queridos a obtener un renacimiento favorable. La salmodia y la recitación nos mantenían bastante ocupados – podrían durar todo el día y toda la noche. Podíamos salmodiar tantas veces como en cuatro casas en un solo día y realizar también todos los servicios fúnebres necesarios. Después de hacer esto por más de un año, yo tenía segundos pensamientos: “¿Es esto todo lo que significa el ser un monje?”

Un día, vi una copia del Sutra del Diamante y pregunté a otro monje de qué se trataba. Él dijo: “Se trata de la vacuidad, de la nada – temo de que te pudiera parecer demasiado profundo ahora mismo.” Le pregunté que cuándo yo sería capaz de comprenderlo. Él dijo: “Práctica primero, luego podrás entenderlo.”

Recuerden que yo dije que no comencé la escuela sino hasta que tenía nueve años de edad. Como pueden imaginar, mi nivel de educación era bastante bajo. Yo tenía un problema con la recitación de sutras, especialmente, los mantras. Mi maestro me informó de que mis obstrucciones kármicas eran pesadas, y dijo que si yo quería remediar la situación sería mejor que hiciera 500 postraciones a Guan Yin (Bodhisattva Avalokitesvara) todos los días. Al principio, esta práctica me parecía agotadora, pero poco tiempo después, descubrí que podía hacer seiscientas o setecientas postraciones en dos horas. En tres o cuatro meses descubrí que mi capacidad de memorizar los Sutras, así como de aprender en general, había mejorado enormemente.

Pronto pensé que la recitación no era suficiente. Quería comprender los sutras, de manera que encontré un monasterio que ofrecía conferencias sobre los sutras, y pedí a mi maestro para que me permitiera asistir.
Este otro monasterio requería un tipo de examen de entrada para aquellos que deseaban asistir a las conferencias del sutra. Mi maestro me ayudó a escribir una autobiografía – eso era lo que pensé que requerían. Incluso la había memorizado. Pero resultó que una autobiografía no era en absoluto lo que querían – se requería un tema completamente diferente. Pero les gustó mi ensayo, y ellos pensaban que mis habilidades literarias eran muy buenas, de manera que me aceptaron de todos modos.

Cuando llegué, me encontré con monjes de muchas partes de China. Algunos hablaban con acentos tan fuertes que al principio casi no podía entenderlos. Afortunadamente, los maestros escribieron los puntos importantes de las conferencias en la pizarra. Mi memoria no me falló. Me lucí en las pruebas. En el primer año yo estaba clasificado tercero entre cuarenta, y en el segundo año yo era el primero. Pero si me hubieran preguntado qué había aprendido, yo habría tenido que admitir que realmente no lo podía decir. Yo no sabía realmente de lo que estaba hablando, pero sabía que mis respuestas eran exactamente lo que mis maestros estaban buscando.

Empecé mi práctica de meditación en este monasterio, pero realmente no había nadie para enseñarme. Lo mejor que podía hacer al principio era memorizar los sutras y sastras y repetirlos en mi mente durante la meditación. Cuando pregunté a un monje viejo cómo meditar, él simplemente dijo: “¿Qué? Tú dices que no sabes cómo hacerlo, pero tu método es muy bueno. Ciertamente parece que sabes cómo meditar.” Yo no pensaba así en absoluto. Yo era bastante ingenuo. Le presioné más: “He oído que la meditación conduce a la iluminación. ¿Podría mostrarme cómo alcanzar la iluminación?” ¿Qué piensan que dijo a esto? Nada. Solamente me dio una palmada fuerte a un lado de la cabeza y dijo: “Toma, quizás esto te iluminará. ¿Quieres alcanzar la iluminación en un día? Hemos estado sentados aquí por décadas. ¿Qué piensas que hemos estado haciendo hasta ahora?”

A partir de ese momento comencé a participar en retiros. Me parecía que todo el mundo estaba sentado bastante bien. Interesante, ellos pensaban que yo también estaba sentado bien. Algunos comentaron: “Algún día llegarás a ser un buen maestro Chan.” “¿Por qué?” Pregunté. “Porque nosotros nos movemos y nos quejamos del dolor de piernas y espalda, pero tú, te sientas allí como una piedra, inmerso en la práctica,” ellos explicaron. “Eso es lo que ustedes piensan,” dije. “No he tenido la más mínima idea de lo que estoy haciendo. Solamente me siento y repito un sutra tras otro en mi mente. Repito el Sutra del Diamante, luego el Surangama Sutra, etcétera. Eso es todo lo que hago.” Ellos se rieron de eso. Dijeron: “Parece que no lo agarras, después de todo.” Ahí fue cuando oí por primera vez de los kung-ans (koans) y hua-tous. Mi práctica comenzó a mejorar.

Cuando llegué a los 20 años de edad, salí de China continental y fui a Taiwán, donde viví los siguientes ocho años. Una noche, cuando tenía alrededor de 28 años, estaba meditando en el monasterio en donde había estado viviendo. Había estado sentando todo el día, y yo estaba en el punto donde el sueño parecía tentador. Pero estaba sentando al lado de un monje viejo quien continuaba meditando a pesar de lo tarde que era. Me pregunté a mí mismo: “¿Por qué este monje todavía está meditando? ¿Qué lo hace seguir?” Me gustaría dormir, pero me daba mucha vergüenza dejar la sentada.

Mi mente estaba llena de preguntas sobre el Dharma. Pensaba que este viejo monje podría ayudarme. Le di un golpecito en el hombro y le susurre: “Tengo preguntas, muchas preguntas. ¿Podría ayudarme?” Él asintió con la cabeza y dijo: “Vale, pregunta.” Le dije una por una todas las preguntas. Él dijo: “¿Es todo eso, o tienes más preguntas?” Ciertamente tenía más. Le hice otra pregunta. Él dijo: “¿Es todo eso, o tienes más preguntas?” Continué preguntando y él siguió preguntando si había más preguntas. Esto continuó por algún rato. Yo pensaba que iría a escuchar a todas mis preguntas, y luego las respondería a todas con una respuesta maravillosa e intuitiva. Pregunté más y más preguntas. Comencé a volverme ansioso y agitado.

Finalmente, el monje golpeó el almohadón en el que estaba sentado con una palmada fuerte y dijo: “¡Ahora déjalo todo y vete a dormir!” Cuando hizo esto, todas mis preguntas desaparecieron, o dicho de otra manera, todas mis preguntas estaban resueltas. Esto corresponde al pasaje en el Sutra del Corazón que habla de la vacuidad. Esta fue una experiencia de mucha importancia para mí.

Muchos años habían pasado. Cuando yo tenía 46, habiendo vivido en los Estados Unidos por algunos años, volví a Taiwán y vi al monje viejo con quien había compartido esta experiencia. La recordó también. Me preguntó qué estaba haciendo en los Estados Unidos. Le dije que no mucho. Todo lo que estaba haciendo era enseñar la meditación. El maestro dijo: “Incluso en ese entonces yo sabía que serías un maestro. Pero debes tener un linaje.” Luego, él me dio un nombre de Dharma en su linaje y me certificó como su heredero del Dharma. Fue oficialmente escrito y firmado.

Había otro monje allí, el ayudante del maestro, quien fue testigo de este intercambio. Debe haberse preguntado qué era lo que estaba pasando. ¿Quién era esta persona heredando el linaje del maestro? Todo parecía ocurrir en un instante.

Hice tres postraciones ante el maestro, y comencé a salir cuando el ayudante se me acercó y dijo: “Así que estás viviendo en los Estados Unidos enseñando la meditación. ¿Me enseñarás también?” Yo exclamé, “No puedo creer lo que estoy oyendo. Estás justo viviendo aquí con el maestro. ¿Por qué no le pides que te enseñe como meditar?” Él dijo: “No sabes lo qué está pasando. El maestro vive en un estado total de confusión. Se la pasa dando vueltas desorientado todo el día.”

Una de las lecciones de este relato es que la afinidad kármica es importante. Podrías estar acompañado de un bodhisattva o un buda, pero, sin la adecuada afinidad, todo podría pasarte por encima de la cabeza. Justo daba la casualidad de que este maestro era bastante conocido en Taiwán. Él era heredero de Dharma de segunda generación del Maestro Hsu Yun (Nube Vacía), quien quizás era el monje chino más famoso del siglo XX. El Maestro Hsu Yun tenía un discípulo, quien transmitió el Dharma a este maestro. En la tradición china, es rara esta manera de certificación. Este maestro tenía solamente dos discípulos quienes se convirtieron en sus herederos de Dharma – el otro monje y yo.

Pregunta:
Cuando hizo esas postraciones, ¿el maestro le dio otra cosa para hacer? ¿Visualización, recitación u oración?

Respuesta:
El maestro sólo me dijo que me postrara con decisión, con corazón sincero. No dijo nada más.

Pregunta:
¿Recomienda el uso de los koans? De acuerdo con lo que dice, parecería como que la iluminación fuera un instante que vacía completamente su mente.

Respuesta:
Sólo unos pocos emplean los koans. La mayoría de las personas emplean otros métodos tales como el contar las respiraciones. Podrías tratar de usar un koan, pero si tu mente está demasiado dispersa, no tiene sentido. En dichos casos, a menudo recomiendo las postraciones. La iluminación no significa que no haya nada en la mente. Significa que cortamos totalmente nuestros apegos al mundo. Esto incluye el apego a uno mismo. El Sutra del Corazón declara que “la forma no es otra cosa que vacuidad; la vacuidad no es otra cosa que forma; la forma es precisamente vacuidad y la vacuidad es precisamente forma.” Esta es la iluminación que se puede alcanzar a través de la práctica.

Pregunta:
Me pregunto cómo podría mantenerme concentrado y calmado. Tengo varios hijos. Siempre estoy corriendo de acá para allá. Vengo aquí tan a menudo como pueda. Cuando estoy aquí estoy en calma, pero la pierdo fácilmente cuando vuelvo a casa. Siempre estoy apresurado.

Respuesta:
Una manera muy buena de calmar tu mente en una vida ocupada es seguir el consejo dado por Shantideva en “El estilo de Vida del Bodhisattva.” Solamente practicar la atención plena; estar consciente de lo que el cuerpo está haciendo en todo momento. Cuando prácticas la atención plena, estás consciente de cuando tu mente se vuelve inestable, e inmediatamente puedes hacer algo al respecto. La atención plena serenará la mente. Esta práctica es común para todas las formas del Budismo, pero llegué a conocerla a través del trabajo de Shantideva.

Pregunta:
Cuando estudiaba koans, ¿Le han pedido que se retirase solitario por un período prolongado de tiempo y luego dar con la respuesta?

Respuesta:
Al trabajar con el koan, deberías estar familiarizado con el relato y con las circunstancias relacionadas con el relato, pero no contemplas su contenido. Quieres saber cuál es el resultado, pero no estás buscando una respuesta lógica. Tú no piensas. A veces empleas un koan para alcanzar la mente no-discriminadora.

Pregunta:
Cuando aprendemos meditación, ¿por qué empezamos por contar las respiraciones? ¿Por qué no empezamos con un método más directo enfocado en la vacuidad?

Respuesta:
Para la mayoría de nosotros la mente es simplemente demasiado dispersa. Para la gente común y corriente no hay manera de sentarse y dejarlo todo. La idea es emplear un método para concentrar la mente. Después podrás adoptar métodos que se enfocarán en lo que estás describiendo.

Pregunta:
No estoy seguro de haber entendido el relato en donde hizo incontables preguntas y su maestro le dijo que lo dejara todo. ¿Esto significa que usted fuera su propio maestro? ¿Se dio a sí mismo sus propias respuestas acerca del Dharma y el viejo monje no le dijo nada?

Respuesta:
En realidad no se podría decir que mis preguntas fueron resueltas solo por mí mismo o solo por el monje. La resolución fue interdependiente.

Aunque el monje no me dio respuestas, yo no podría haber sido capaz de resolver estas preguntas sin que él no hubiera dicho: “Déjalo todo.” Y si yo no hubiera dedicado muchos años a la práctica y no hubiera tenido un deseo ardiente para resolver estas preguntas, yo no hubiera madurado en ese momento cuando el maestro me dijo esa frase. La historia hubiera sido diferente. De manera que es difícil decir de dónde provino la resolución, de mi o de mi maestro. Si continúan haciéndome preguntas, quizás haré lo mismo con ustedes: dar una palmada a mi almohadón y decirles “déjenlo todo y váyanse a dormir.”